lunes, 7 de abril de 2014

Quinta cuerda II

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Esta adicción a los abismos... A querer saltar pensando que siempre llevaría paracaídas, una coraza contra todo, o contra ti, que es lo mismo, pero el mío siempre estaría defectuoso, y fallaría , y caería de golpe y sin frenos. Siempre me quedaba pensando un segundo antes de saltar, aunque ya había saltado mil veces en mi cabeza, y el golpe ni dolía, el viento ni atravesaba, sentía cómo me acariciaba la nuca, la cuerda ya estaba acostumbrada al equilibrio con mi peso y casi me gustaba esa sensación de adrenalina, de desprendimiento, de intentar ir en contra de la gravedad, de creerme más fuerte que ella,  más fuerte que el universo.



Así es como nos creíamos, más fuertes que el universo. Capaces de crear mundos nuevos a través de historias de nadie, vulgares disfrazados de superhéroes, de valientes, de soldados lanzadores de polvo de estrellas.




¿Te das cuenta? Mira cómo intento meter trozos de canciones en un intento fallido de hacer una. Pero, ¿con quién hablo? Nunca fui capaz de condensar todo en una de esas destrozavidas. 

Quizás ese fuera mi fuerte. Ser tan egoísta que no quería compartir algo así. Sería como regalar arte a quién no sabe valorarlo. Como alimentar algo muerto. Algo que nadie sabría apreciar, a veces ni nosotros mismos.


Qué retórica puedo ponerme cuando hablo de esto. Esto, de lo que nadie quiere hacerse responsable cuando va mal, pero ser dueño y soberano cuando cambia de dirección. Casi puedo llevarlo hasta su máximo esplendor, hasta la extenuación, idealizarlo por poco que se asemeje a la realidad, porque es lo que le pasa a todas las drogas, que no ves los efectos secundarios, lo tóxicas que pueden llegar a ser. Sólo lo bueno, sólo la exclusividad que otras no te dan, otras drogas, digo.


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